miércoles, 13 de enero de 2010
WADI GHUL, EL "GRAN CAÑÓN" DE OMÁN
La montaña más alta de Omán, Jebel Shams (montaña del sol), que alcanza los 3075, encierra espectaculares formaciones geológicas como el Wadi Ghul, que le han ganado el sobrenombre de "el Gran Cañón de la península Arábica". Algunos de sus abismos sobrepasan los 1000 metros de profundidad.
No se halla muy lejos de las ruinas de Bat, y además de gozar de un clima menos tórrido que el del desierto, su accidentada orografía ofrece dramáticas vistas, en las que los tonos rosáceos de su esculpida geología contrastan con ocasionales tonos de verdor, salpicando el paisaje gracias a un eventual riachuelo.
Algunas pequeñas viviendas osan retar la majestad de la monumental falla geológica y se cuelgan, desafiantes, desde sus casi verticales paredes.
Nos adentramos en la cañada junto con Abdulkhalik, una amable guía, amigo de la recepcionista del hotel que me recomendó pues su servicio era mucho más barato y eficiente que el de las agencias turísticas. Al mando de su 4 x 4 que maneja con destreza, recorre el cauce seco que conforma el lecho del Wadi Ghul, mientras saluda con cortesía a un pastor que conduce sus cabras de vuelta a casa (curiosa costumbre de los omanís, que se saludan y bendicen aun sin conocerse, en un protocolo que puede durar varios minutos).
Las soberbias paredes se van haciendo más verticales y el cañón más profundo y estrecho. Estas murallas eventualmente remojan sus pies en calmadas aguas, riachuelos que con paciencia milenaria las han venido labrando. A lo lejos asoman, impertérritas, conformaciones rocosas caprichosamente esculpidas por vientos y terremotos.
Emprendemos la vuelta pues el sol empieza a ponerse, no sin antes ensayar sus más dramáticas pinceladas sobre el lienzo de roca.
Cerca a Wadi Ghul se ubica la villa de Al Hamra, una de las más antiguas de Omán, compuesta por casitas de adobe de 2 o 3 pisos, algunas de ellas semi abandonadas, cuyo adormecido sosiego que no dan una idea de cómo ere este país hace apenas 30 años.
Antes de regresar al hotel, Abdulkhalik decide presentarme a su familia y nos enrumbamos hacia su hogar, donde nos reciben su padre y sus dos pequeños hijos. La esposa, que no se muestra en público (sólo atiné a verle la mano) prepara café y dátiles.
En la foto con Abdulkhalik (con su típico gorrito omaní), su padre y sus pequeños. La niña me mira atentamente, no sé si con curiosidad o espanto.
Al retirarnos de la casa, me ofrece un regalo más: la fantástica vista de las montañas al atardecer, que puede verse desde su casa. Me conmueve la cortesía musulmana, generosa y sincera a pesar de su modestia, tan poco entendida y valorada por occidente en estos tiempos.
Posteriormente me lleva a mi alojamiento en Nizwa (un poblado cuya temperatura es más fresca que la de la infernal Muscat), y mientras el acelera su vehículo en la carretera, a lo lejos divisamos unos camellos, cuyo singular trote parece acompasar las tradicionales melodías que nos han acompañado todo el día.
-"Buena música", le digo.
-"Tenga el CD, se lo regalo", me sorprende Abdulkhalik.
Y esta es la música que acompaña el siguiente video.
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