El 29 de junio el mundo católico celebra a San Pedro y San Pablo. No sólo para los católicos, sino para los cristianos en general probablemente sea éste último el personaje más importante, y el responsable de que el cristianismo sea la religión más difundida en el planeta.
De todos los apóstoles, es el único que no conoció a Jesús, y tal vez fue precisamente aquella la razón de su éxito, predicando que sólo necesitabas creer en Jesús, el Hijo de Dios resucitado para salvarte. Él fue el principal responsable de la unión del judaísmo con la cultura occidental, para dar lugar a una religión nueva y fue un incansable predicador a través de sus continuos viajes y sus muchos escritos.
Pero Pablo no fue siempre buena gente. Nacido en Tarso, en Turquía actual, este judío hecho ciudadano romano llamado Saulo perseguía otros judíos cristianos, por encargo de las autoridades religiosas o fariseos, escandalizadas por el surgimiento de aquellas nuevas sectas. Saulo era, después de todo, un fariseo, y estuvo presente en el martirio de San Esteban. Entraba a las casas de los cristianos, encarcelando a hombres y mujeres.
Así que sus amigos fariseos lo mandaron a acabar con los cristianos en Damasco. Pero en el camino Saulo fue cegado por una luz y experimentó su conversión al cristianismo, llamándose Pablo.
Esto enfureció a los fariseos, que lo mandaron buscar para asesinarlo. Entonces, Ananías, el primer obispo de Damasco, lo ayudó a escapar, descendiéndolo en una canasta. Ananías, posteriormente sería lapidado.
Esta capillita, en el centro de Damasco está ubicada en la antigua casa de Ananías.
Y esta iglesia está en Bab Kisan, la Puerta donde escapó Pablo en una canasta.
Pablo viajaría por muchos lares difundiendo la nueva fe, y sería finalmente torturado y crucificado, el mismo día que san Pedro.
La contribución de San Pablo al cristianismo -en toda su riquisima variedad de matices- es enorme. Sin embargo, para el judaísmo, que considera a Jesús un importante rabino, Pablo fue más bien un apóstata y un traidor.